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La crianza y la infacia a través del tiempo

La crianza es definida por algunos como el proceso de orientar y hacer posible el desarrollo de niños y niñas para que sean personas íntegras. Es acompañar inteligente y amorosamente al ser humano con el fin de potenciar las metas de su desarrollo: autonomía, autoestima, solidaridad, creatividad y dignidad entre otras. Tiene estrecha relación con el desarrollo infantil, las diferentes visiones y concepciones del niño y la infancia, las costumbres y normas sociales, históricas y culturales.

Hablar de crianza implica tener en cuenta pautas de crianza, prácticas de crianza y creencias acerca de la crianza.

  • Las pautas de crianza tienen directa relación con la cultura, en donde los padres son los portadores de las normas sociales que buscan enseñar y transmitir a sus hijos.
  • Las prácticas de crianza son la acciones y la manera como los padres se relacionan con sus hijos en el proceso de acompañamiento y formación.
  • Las creencias a cerca de la crianza comprenden todo el conocimiento que tienen los padres sobre cómo criar, dan una explicación y razón de ser a las prácticas de crianza.

En este texto voy a hablar sobre infancia, crianza, educación, a revisar cómo estas ideas están estrechamente relacionadas y a proponer cómo podemos, desde nuestro ejercicio de la paternidad y la maternidad, usarlas para buscar hacia el futuro un mejor vivir.

En el mes de octubre de 1996, hace 23 años, me enteré de que iba a ser mamá por primera vez. Desde entonces mi vida ha girado alrededor de la crianza de mis cuatro hijos, y si consideramos la mayoría de edad como el punto en el que sentimos que esta tarea termina, todavía me quedan mas o menos 5 años en esta labor.
He intentado, desde el principio, hacer una crianza pensada, informada y consciente, buscando tomar decisiones que tuvieran un sustento y no hacer las cosas porque “así lo hace todo el mundo” o porque “así se ha hecho siempre”. En ese camino encontré muchos libros y personas de las que aprendí pero también encontré a mi instinto, una voz experta dentro de mí, salida de no se dónde, que me ofrecía certezas más viscerales que cerebrales sobre lo que debía hacer o decidir en determinadas situaciones con mis hijos.

Tengo como referencia un único modelo de crianza, nací en una familia paisa, católica, crecí en un barrio tranquilo en Pereira, asistir a un colegio de monjas, creo que todos los papás y mamás que conocí mientras crecía no eran muy diferentes de los míos en sus practicas e ideas sobre la crianza. He tenido poco o ningún contacto con otras comunidades y no conozco de forma directa otras crianzas. Por eso, cuando me plantearon el tema de esta charla, decidí investigar sobre los diferentes estilos de crianza a través del tiempo y en las diferentes culturas para ampliar mi perspectiva.

Empecé volviendo a revisar un libro que tuve en mis manos hace mucho tiempo y que es mencionado por muchas personas a la hora de ilustrar una crianza ideal. Ese libro es El Concepto del Continuum, escrito por Jean Lideloff en 1975. Jean viajó a las selvas de Sur América y se encontró con los Yequana, una tribu indígena que se mantenía aislada de la civilización occidental. Después de llevar un tiempo conviviendo con ellos empezó a notar que todos los niños que la rodeaban eran felices, tenían un desarrollo sano y disfrutaban de relaciones amistosas y libres de confrontaciones con sus padres, hermanos y otras personas cercanas. Buscando la explicación a estas diferencias que veía, con respecto a los niños que había conocido en el lugar del que venía, empezó a observar a las mujeres y la manera en que estas se comportaban. Pudo notar las siguientes características con respecto a la crianza y el acompañamiento que recibían los bebés:

  • Eran colocados en los brazos de la madre inmediatamente apenas nacían. Este contacto físico se hacía permanente a partir de ese momento, ya sea con la madre o con otro miembro de la familia o cuidador encargado de ser necesario.
  • Dormían en la misma cama con los padres, manteniendo ese contacto físico permanente, y se quedaban ahí hasta que ellos decidían irse por voluntad propia.
  • Eran amamantados “por demanda”, es decir siguiendo las pautas de sus señales corporales.
  • Eran llevados en brazos constantemente, usualmente por sus madres, permitiéndoles dormir, mamar u observar mientras las persona que los lleva se encargaba de sus asuntos cotidianos, hasta el momento en que el niño deseaba y podía moverse por si solo.
  • Los adultos a cargo respondían de forma inmediata a sus señales sin juzgar, sin molestia y sin invalidad sus necesidades, pero por otro lado sin demostrar preocupación ni hacer del niño su centro de atención.
  • Sentían y satisfacían la necesidad de los menores de verse a ellos mismos como seres sociales y cooperativos, con fuertes instintos de auto preservación. Estas necesidades eran bien vistas y apoyadas por los adultos.

Encontró claras diferencias con la practicas occidentales, las cuales:

  • Separan al bebé de la madre la nacer, pasando por las manos de médicos y enfermeras antes de poder ser abrazado y acogido por ella,
  • Ponen al niño a dormir en su propia cuna y a veces en habitaciones separadas,
  • Manejan la lactancia con horarios estrictos,
  • Excluyen a los bebés de las actividades de los adultos, siendo dejados por horas en una cuna, con juguetes y sujetos a horarios de sueño y alimentación,
  • Se caracterizan por adultos que se molestan y aveces castigan el llanto de los niños, ignorando sus señales y sus necesidades o al contrario respondiendo a ellos con excesiva preocupación y ansiedad, convirtiendo al bebé en su centro de atención.
  • Consideran al niño como incapaz de cuidar de si mismo, antisocial por naturaleza, que no puede aprender los comportamientos correctos si no es a través de estrictos controles y prácticas de crianza manipuladoras.

La conclusión de Liedloff es que la evolución no ha preparado a los bebés humanos para este tipo de experiencia. Ellos no pueden comprender por qué, aunque lloren desesperadamente para comunicar una necesidad, no reciben una respuesta. De esta manera desarrollan un sentido de vergüenza y de “estar mal” frente a ellos mismos y sus deseos. Sin embargo, si las expectativas del Continuum se satisfacen, los bebés exhibirán un estado natural de auto confianza y seguridad, bienestar y alegría. Es decir, estos bebés se convertirán en personas independientes con alta autoestima, a diferencia de aquellos a quienes dejaron llorar por miedo a malcriarlos o volverlos muy dependientes.

Este tema del continuum me genera varios interrogantes. No hay que ir muy profundo en la revisión de las prácticas de crianza en las comunidades indígenas, para empezar a encontrar comportamientos e ideas frente a los niños que no son tan respetuosos con ellos y sus ritmos. ¿Cómo tener la certeza de qué es lo natural? ¿Qué tipo de interacciones humanas conducen a las comunidades a crianzas como la de los Yequanas y cuáles otras introducen elementos que pueden ir en contra de la integridad física, mental y emocional de sus niños y jóvenes en proceso de formación?

Suponiendo que la manera de criar de los Yequana es la más natural e instintiva, ¿cómo llegamos al punto de tratar a los bebés de una manera tan diferente y tan desconectada del instinto?

A estas ideas volveré más adelante, pero ahora paso a revisar la historia de la infancia y cómo los niños ha sido vistos a lo largo de la historia en la cultura occidental.

Hay que tener en cuenta que, a través de la historia, ha cambiado la manera como los adultos han visto a los niños y eso es importante, si consideramos que el cuidado y la crianza se fundamentan en la comprensión de quién es una niña o niño en el contexto sociocultural al que pertenece, lo que necesita y lo que se espera de el o ella.

En Grecia y Roma nacen los conceptos de educación liberal y desarrollo integral de la persona que tiene en cuenta tanto el cuerpo como la mente, se desarrolla la medicina y el interés por la salud infantil; se encuentran personajes adolescentes en el teatro griego. Varios filósofos hablan de la infancia siempre pensando en su educación e instrucción y surge el Trivium, un sistema de educación dividido en tres etapas: Ludus, Gramática y Retórica. No sobra tener en cuenta que en estas culturas la mujer era considerada inferior al hombre por naturaleza.

En la Edad Media, dominada por el cristianismo, la educación busca preparar al niño para servir a Dios y a la iglesia. Desaparece la idea de educación liberal y se elimina la educación física pues el cuerpo es considerado fuente de pecado. El concepto de pecado original tiene incrustada la idea del niño como ser perverso y corrupto que debe ser corregido mediante la disciplina y el castigo. Educar implica cuidado físico, disciplina, obediencia y amor a Dios, pero no se habla del amor a los niños como necesario para su buen desarrollo. En esta época encontramos frases como:
“No hay peor estado, más vil y abyecto, después de la muerte, que la infancia” (Abad Bérulle, siglo XVII)
“Sólo el tiempo puede curar de la niñez y de sus imperfecciones” (Tomás de Aquino)
El niño es un hombre en miniatura que pasa de un estado inferior, la niñez, a uno superior, la adultez.

Desde el renacimiento hasta el siglo XVII reaparecen algunas de las ideas clásicas sobre la educación infantil y surge un interés por observar a la infancia y su naturaleza. Aparece la preocupación por la educación de las mujeres. Ya no se enseña en latín sino en la legua materna, de cierta forma la educación empieza a adaptarse al estudiante. Se aconseja el castigo físico para una crianza correcta. Sin embargo hay un cambio en la concepción de la naturaleza humana que se evidencia en los escritos de Locke, quien insiste en la importancia de la experiencia y los hábitos, considerando al recién nacido como una pizarra en blanco donde la experiencia irá dejando sus huellas. Es decir, el niño no nace bueno ni malo sino que lo que llegue a ser dependerá de sus experiencias. Con la revolución industrial, a finales del siglo XVII y principios del XVIII aparece la necesidad de la escolarización.

Siglos XVIII y XIX. Jean Jacques Rousseau escribe su obra Emilio o de la educación, que contiene una serie de principios básicos sobre como educar a los niños y se vuelve un libro de moda entre la sociedad francesa. Entre las ideas que promulga está la de que el niño es bueno por naturaleza y la sociedad puede llegar a corromperlo. Por otro lado defiende que la educación debe adaptarse al niño. ya no considera al niño como un hombre en miniatura Dino como un ser con características propias que sigue un desarrollo físico, intelectual y moral.

En estos dos siglos proliferan las observaciones de los niños, cada vez más sistemáticas, realizadas por filósofos, pedagogos y hombres de ciencia. La obra de Darwin también desencadena una revolución en la concepción del hombre. Sin embargo en le siglo XIX no hay una concepción unificada de infancia y educación. Mientras en Europa continental persiste la influencia de Rousseau que defiende la bondad natural del niño, en Estados Unidos e Inglaterra se impone aun la tradición calvinista en la cual el niño debe ser reformado mediante una educación autoritaria y haciendo uso del castigo físico.

Me parece que hemos sido afortunados, nuestros hijos y nosotros mismos, de vivir en la época que nos tocó. Aunque hay grandes carencias en materia de crianza y educación, la visión de la infancia es mucho más consciente y respetuosa. Es nuestra labor como padres seguir rompiendo paradigmas y cuestionando prácticas de crianza y educación, para ofrecer a nuestros hijos y las generaciones futuras un camino diferente hacia una vida mejor.

Quienes optamos por la desescolarización de alguna manera estamos llevando a otra dimensión las ideas plasmadas en el libro del continuum, atendiendo las necesidades, los ritmos y las señales de nuestros hijos, no sólo con respecto a su crianza y atención básica, sino ahora con respecto a su educación y desarrollo intelectual, académico, físico y emocional. Educar en la desescolarización requiere esa actitud que Jean Lideloff vió en las madres de esa comunidad:

  • Estar siempre atentas
  • Tener a los hijos cerca
  • Responder a las señales sin molestarse, sin juzgar, sin invalidar sus intereses, sin hacerlos esperar.

Desescolarizar es olvidarse de los esquemas que nos han sido impuesto tradicionalmente, o mejor reconocerlos y entender por qué no nos sirven y liberarnos de ellos.

El momento en el que estamos y el mundo en el que vivimos nos plantean retos importantes. Necesitamos:

  • Recuperar la vida en familia, el tiempo juntos, la presencia de los padres en la cotidianidad de los hijos.
  • Resignificar la importancia del juego libre como actividad principal de los niños
  • Volver al contacto con la naturaleza, uno que aterrice y conecte con la fuente todas las ideas, teorías y preocupaciones que tienen nuestros niños y jóvenes en materia ambiental y ecológica.
  • Motivar en ellos el gusto por la actividad física del moviendo, recolectar con el cuerpo a una generación predominantemente sedentaria, a quienes ya no les permitimos salir a las calles a jugar.
  • Enseñarles a estar en contacto con sus emociones
  • Hablar con nuestros hijos sobre las maneras de consumir, de trabajar y de ser productivos.

Como padres que acompañamos el proceso de desescolarización, al tiempo que vivimos el nuestro propio, estamos abriendo una vía y mostrándola a otros, hacia una manera diferente de criar, educar, instruir, acompañar, una que nos lleve a un mejor vivir.

Esa, queridos papás y mamás es su misión a partir de hoy, si deciden aceptarla.