Esta semana tuve una experiencia, que sentí muy reveladora y quiero compartirla, haciendo una de las cosas que toda la vida he amado hacer: la danza.
Empecé a bailar ballet cuando tenía siete años y, aunque nunca fue mi actividad principal, la danza ha estado muy presente a lo largo de mi vida: ballet, folklor, tango, etc.
En agosto del 2019 me encontré con el Lindy Hop, un baile que nació en los años 20 del siglo pasado y que es lindísimo y muy divertido. Empecé a aprender y a bailar con una comunidad hermosa llamada Lindy Hop Bogotá y a pesar de la cuarentena hemos seguido bailando según lo que nos ha ido permitiendo cada momento de esta pandemia.
Este año decidimos postularnos a una beca del distrito y llevamos todo el año trabajando en un montaje. El lunes teníamos un ensayo importante, pues ya se acerca nuestra audición y este ensayo era con músicos, vestuario y grabación. Yo estaba muy nerviosa pues tuve que faltar a los dos ensayos anteriores, por razones de fuerza mayor. El montaje dura 20 minutos y lo pasamos dos veces. En la primera vez sentí que me equivoqué mucho y no lo disfruté casi nada. Cuando íbamos a pasarlo por segunda vez, decidí que si de todas maneras me iba a equivocar, al menos me lo iba a gozar. Así lo bailé ¿y saben que? ¡Me equivoqué mucho menos!
Hacer las cosas bien es importante, obviamente todos estamos tratando de cometer pocos errores (o ninguno). Pero si se nos va la vida enfocándonos en los errores, nos perdemos de la oportunidad de disfrutarla. Y si aplicamos esto a los hijos tiene aún más sentido. Al final puede ser más provechoso el gozo que la perfección.
Mi consejo es que disfrutemos la vida que tenemos el privilegio de compartir con nuestros hijos. Errores siempre cometeremos, no les tengamos miedo, aprovechemos el aprendizaje que llega cuando nos equivocamos y quien sabe, tal vez hasta aprendamos a disfrutar también las equivocaciones.